El gobierno anunció esta semana un conjunto de medidas para reimpulsar el crecimiento, cuyo eje central es reducir para las empresas algunas cargas tributarias y algunos engorrosos trámites y permisos. Muy bien. Pero qué pasa con los peruanos de a pie. ¿No será posible que se avance audazmente y se reduzcan impuestos y regulaciones también a los individuos?

Cuando el gobierno quiera tocar nuestro dinero con más impuestos, debería tipificarse como delito de tocamientos indebidos. Igual cuando nos hace perder el tiempo en colas para hacer trámites que sabemos son en su mayoría inútiles y que si de algo sirven es para fabricarle chamba ficticia a alguien. Son tocamientos indebidos de nuestro mayor capital: nuestros ingresos, nuestro tiempo y por último, nuestra vida misma.

Si se considera descabellado reducir impuestos, baste con señalar que la economía informal, aquella que no tributa, es por lo menos del orden de 35% del PBI, lo que implica que no menos de 26% de la actividad económica total peruana se mueve en lo informal. Y me atrevería a sostener que es incluso mayor si pudiésemos considerar el impacto de la economía abiertamente ilegal como el narcotráfico, la minería informal y el contrabando. Sin embargo, la presión tributaria ha subido en los últimos diez años de 15.7% a 19%. ¿Quiénes han pagado esos mayores impuestos? Los “bobos” que nos movemos en la formalidad. Y ni siquiera quiero detenerme a analizar en qué se usan: desde burocracias nulas hasta proyectos reeleccionistas encubiertos.

Albert Einstein dijo que “lo más difícil de comprender en el mundo es el impuesto sobre la renta”. Intuyo que lo dijo por la idea que subyace a él, que a más ingreso hay que penalizar más a quien lo genera, lo que implica cierta “perversidad” en su génesis. Ideas propias del medioevo. Paremos ese manoseo abyecto del estatismo de viejo cuño y si queremos dinamizar la economía en serio, que el Estado se decida a ser menos rico para hacer más ricos a sus ciudadanos.

Fuente: Correo (Perú)