Siempre me ha parecido innecesaria una ley de competencia. Se ha hablado mucho de la creación de la misma precisamente para fomentar la competencia y evitar monopolios pero en realidad son los gobiernos los que la frenan con sus leyes y regulaciones a favor de diferentes grupos de presión.

Para que exista competencia, no hay más que permitir la total libertad de entrada y salida de cualquier empresa o producto. No importa el tamaño, lo importante es que no existan leyes o regulaciones que impidan o causen barreras de entrada a cualquiera que desea competir.

Ejemplos hay muchísimos. Aquí mismo, el cuestionado decreto titulado Ley de control de las telecomunicaciones en centros de privación de libertad y fortalecimiento de la infraestructura para trasmisión de datos en su artículo cuarto impide la entrada a las empresas nuevas o pequeñas, las que no tengan instalados ya por lo menos 6 mil kilómetros de fibra óptica en la República de Guatemala.

El miércoles pasado llegué a Madrid y me encuentro con una huelga de taxis. Menos mal que me venían a recoger al aeropuerto y así me evitaron mayores inconvenientes. Los taxistas protestaban así contra una nueva competencia. Se trata de unas aplicaciones para el celular denominadas Uber, BlaBlaCar o Cafidy que están ya funcionando en toda Europa.

Si tienes que ir de una ciudad a otra o de algún punto de la ciudad a otro, registras tus necesidades en este sistema. De esta manera, quienes desean movilizarse y no tienen automóvil registran sus necesidades y así se va creando una demanda de personas que desean trasladarse a distintos lugares. Por el lado de la oferta, quienes tienen automóvil, pero que van solos y se tienen que mover de diferentes lugares a otros o de distintas ciudades a otras, también registran su ruta, el precio y la hora a la que pasarían por algunos puntos. El sistema entonces saca una lista de los que demandan y los que ofrecen sus servicios de “jalón”, por decirlo así.

Gana el usuario porque paga más barato que lo que le cobraría un taxi o posiblemente, si va de una ciudad a otra, lo que pagaría por ir en tren. Gana el dueño del automóvil porque al llevar a uno o más pasajeros en un viaje que igual tendría que haber hecho recibe un pago que le ayuda con la gasolina y posiblemente parte de la depreciación del vehículo.

Pero los taxistas como grupo de presión ya protestaron y lo hicieron tan fuerte que el Gobierno los protegió. El Ministerio de Fomento, que sería más o menos equivalente al Ministerio de Comunicaciones con algunas otras funciones, amenazó con sanciones de hasta 18 mil euros (casi Q200 mil), a las personas y empresas que proporcionaran servicios de transporte discrecional de viajeros sin una autorización administrativa de parte de ellos. ¿Increíble, no?

Puedo entender a los taxistas, ya que están sumamente regulados mientras los demás no, aunque deberían pedir una desregulación y no bloquear a los demás. La realidad es que es nuevamente el Gobierno el que les ha puesto una camisa de fuerza que les impide ser creativos y competitivos. Por eso se han unido en un grupo de presión para protestar contra esta nueva competencia que ha surgido espontáneamente con mucha creatividad y que beneficia a todos con enormes ahorros tanto para usuarios como para los propietarios de automóviles.

El mercado libre funciona, es creativo e innovador, es disruptivo, productivo, espontáneo y siempre está buscando soluciones mejores para quienes las requieren. Los gobiernos en su afán de controlar todo impiden la competencia, crean monopolios y encarecen todos los servicios. ¿Cuándo dejaremos a las personas competir en libertad y lograr así un país más próspero?

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)