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Chile: La Nueva Mayoría o la insoportable levedad del Ser – por Cecilia Fernández Taladríz

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Los líderes que componen la extensa y contradictoria gama de idearios que se amalgamaron en la denominada Nueva Mayoría, y que obtuvieron un resonante triunfo en el balotaje presidencial de diciembre, comparten un factor común. Dentro de su diversidad todos sufren de pánico, individual y colectivo, a quedar desalineados con Bachelet, a caer en desgracia insinuando una agenda propia, defendiendo públicamente algún principio intransable, algún objetivo político prioritario.

El programa de la Nueva Mayoría, en determinados aspectos esenciales, es un acuerdo sobre un ideario negativo. Expresa el rechazo a una constitución que admite una visión liberal y humanista (es decir el posible gobierno de “los otros”); que resguarda además la constitucionalidad de las leyes y los derechos de las minorías; que establece límites a la discrecionalidad del Estado y a su ámbito de acción en la economía. ¿No son acaso aspectos esenciales del Estado de Derecho? El programa rechaza también la desigualdad económica y busca eliminar toda forma de lucro en la educación.

“Otra cosa es con guitarra”, como dice el dicho popular. Un programa colectivista inevitablemente privilegiará a un grupo limitado, a determinados particularismos y visiones, perjudicando o postergando a otros. Incubando así una herencia ideológica que cimentará sus bases por un futuro indeterminado.

De ahí  que la incomodidad con la ausencia de definiciones programáticas se vuelve especialmente notoria cuando observamos los extremos del arco político que componen este proyecto. Rayando en lo cómico, la Democracia Cristiana se abalanzó en masa a acallar las declaraciones de Gutemberg Martínez, ex presidente de la colectividad, quien advirtió sobre los peligros de cohabitar con el PC. “El diputado Juan Carlos Latorre no está de acuerdo con las declaraciones de Gutenberg Martínez, asegurando que los dichos no sirven de nada para lo que realmente importa, en cuanto a sacar adelante un programa de gobierno.[1]” La Presidenta electa no tardó en aclarar que será ella quien determinará la composición de su gabinete.

En el otro extremo se encuentra el Partido Comunista, quien por primera vez desde 1970 puede aspirar a conformar un Gabinete de gobierno, y ya ha declarado su interés en una de las vicepresidencias de la Cámara de Diputados[2]. Debemos recordar que la extinta Concertación alcanzó su punto más bajo durante el auge del movimiento estudiantil, en los años 2011 y 2012, y que ―por contraste y como fruto de un diseño y ejecución explícita― el Partido Comunista se tomó la agenda, a pesar de representar alrededor de 8% de las preferencias del electorado.

Al igual que los simpáticos personajes de la Warner que solían decir: “Dime, Cerebro, ¿qué haremos mañana? – Lo de siempre Pinky… ¡conquistaremos el mundo!”, el PC  mantiene inalterable su meta final. No importa demasiado el porcentaje de votos. Han aprendido que en este siglo XXI no es necesario eliminar la democracia, sino agregarle el calificativo de “socialista” al amparo de una transitoria mayoría. Una reedición de las extintas repúblicas democráticas. Bachelet es solo un medio para un fin, que en esta “etapa de la historia”, como gustan decir, se puede reducir a un gran y único objetivo: remplazar la actual Constitución por una “constitución democrática” que dé estabilidad a su proyecto.

Incluso ellos deben acomodar su estrategia para no perder su base de poder ―la temida calle. Sienten también las tensiones que producen sus líderes, los que comparten la esquiva cumbre del poder y que ahora caminan por la cuerda floja que tendieron con el bacheletismo[3].  “Ciudadanos comunistas de Chile: ¡rebélense contra quienes los conducen hacia la nada! Aunque esto implique rebelarse contra sí mismos ¡rebélense! Por lo más sagrado de su propia ideología ¡rebélense! La disciplina es correcta cuando la conducción es recta, pero no cuando va en la dirección contraria. Sean disciplinados consigo mismo y sus ideales, el resto de los chilenos los necesita para impulsar el proceso constituyente que ha de emancipar este país.[4]

Evidentemente mucho más cómodos se sienten los dirigentes del partido socialista, luego de purgar a históricos como Camilo Escalona[5] y José Antonio Viera-Gallo, senadores que contribuyeron en diversas responsabilidades desde los sucesivos gobiernos de la (antigua) Concertación. No es su hora. El ex Presidente Lagos entiende como nadie cuando es momento de no hablar, y hasta aquí guarda silencio con respecto a los alcances y concreción del programa de su ex-ministra.

Bachelet denota su historia personal, su exilio en la Alemania Oriental y la convivencia con la clandestinidad violentista de los ‘80. Exige a sus colaboradores más cercanos un completo ostracismo a la hora de las definiciones, y explota con maestría ―tal vez su atributo más distintivo― la ambigüedad pragmática en público y un sentido del suspenso digno de un thriller hollywoodense. La gente, su base electoral, entiende que es ella y solo ella quien debe resolver cuestiones complejas, y evidentemente se satisface con sus generalidades.

Incluso la oposición, aquí y allá, manda mensajes destacando el carácter apaciguador y la sabiduría de gobernante de la Presidenta electa, tal vez esperando el amanecer de una nueva Madiva. Al efecto, Juan Andrés Fontaine, ex ministro de Piñera, declara: “Si (la Presidenta electa) se rodea de un equipo competente, si descarta las propuestas más radicales o improvisadas de su programa y si busca forjar acuerdos ampliamente compartidos, (…) el nuevo gobierno puede sorprender a los pesimistas.” (El Mercurio, 29 de diciembre de 2013). En otras palabras, no debe temer a la calle si sabe interpretar a una mayoría de electores no vociferantes, incluyendo una derecha huérfana de liderazgos.

Va quedando a la vista la polaridad insostenible de los actores que conforman esta Nueva Mayoría. Por una parte promover o entrabar el objetivo de hacer tabla rasa y partir de cero, y por otra mantenerse dentro del único alero de poder. En la cumbre del éxito escasea el oxígeno, y quienes pretendan permanecer en ella deben compartirlo. Por ahora su líder, en una encarnación chilena inédita de liderazgo personalista, es la única que respira a pleno pulmón. Por ahora.

[3] “Reafirmo completamente lo que he dicho acerca de que la movilización social no es renunciable (…): los líderes sociales, quienes hemos representado a las bases en sus justas exigencias, que tenemos raigambre en defender los derechos de las personas, no podemos darnos el lujo de darle la espalda a la calle porque sería una traición a nuestros respectivos movimientos. Si elevamos demandas es porque consideramos que son correctas y no podemos, por ocupar un escaño, olvidarnos de ellas. Sería imperdonable.” Camila Vallejo, diputada electa, Partido Comunista. 8 de febrero de 2013. Diario The Clinic.

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