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Argentina

Argentina: Los Enemigos del Pueblo, 34 años después del golpe militar – por Carolina González Rodríguez

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Es difícil poner una fecha y hora para el natalicio de la Nación Argentina.  Precisamente por tratarse de un colectivo, y a diferencia de lo que sucede con una persona física, una serie de acontecimientos hilvanados, marcados por un orden cronológico que depende, invariablemente, de un futuro desconocido son los que permiten datar en un momento determinado el clímax de las circunstancias que van sucediendo, y es entonces cuando por convencionalismos se marca el momento justo del “nacimiento”, o de la “muerte” de una Nación, de una época, de un período.

Desde su “nacimiento” la Nación Argentina viene avanzando a los tumbos en su desarrollo institucional. Varios piensan que se trata de una Nación muy joven, en un estadio aúnadolescente, y es por esa razón que, con excepción del período que va de 1880 a 1930, la Argentina da un paso hacia adelante para luego retroceder tres, como en un juego de mesa en el que la suerte queda echada a los dados que determinan el ir hacia adelante o hacia atrás.

Podría decirse, entonces, que no sería erróneo fijar la fecha de nacimiento de la Argentina en elaño 1853, registrada en la magnífica pieza jurídica que fue la Constitución Nacional promulgada por el presidente Urquiza el 1º de Mayo de ese año. A partir de entonces la Nación Argentina adhiere al sistema democrático de gobierno, en su variante republicana, y se organiza a través de la institucionalización de tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

El sistema adoptado podrá no ser perfecto, pero al decir de Churchill, cualquier otro es peor.

A partir del nacimiento de Argentina como república democrática, el sistema fue violentamente interrumpido seis veces durante el siglo XX, mediante golpes de estado a manos –siempre- de las Fuerzas Armadas (con el ejército a la cabeza) en los años 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. El último de ellos tuvo lugar el 24 de marzo de ese año, y tanto por su virulencia, su violencia y su proximidad en términos históricos, es el que ha dejado heridas en la sociedad que aún sangran,  las que de manera ruin e inmoral el gobierno actual mantiene abiertas y supurantes.

Pero, ¿por qué? ¿Qué gana el gobierno de los Kirchner con hacer eso? Porque está en el ADN de la Nación Argentina buscar culpables de las desgracias autoinflingidas en los otros, en los terceros, llámense Estados Unidos, el FMI, los militares…

La responsabilidad por los actos propios es una característica fundacional de la libertad. No hay actos que no devenguen consecuencias. Y la institucionalidad radica, principalmente, en atribuir laresponsabilidad por esas consecuencias a quienes efectivamente las causen. En el transcurso de sucorta vida, la Nación Argentina ha desarrollado la fenomenal y autodestructiva capacidad maniquea de endilgarle las culpas a los “enemigos del pueblo”, y de reclamar los recursos al caudillo que mejor sepa alcanzar el poder para  distribuir lo ajeno, resultado de la capacidad, coraje, emprendedorismo y eficiencia de quienes realmente producen y generan las riquezas luego “distribuidas” por el buen gestor intermediario.

El golpe militar de 1976 no fue el inicio de una época de terror y oscuridad, tal como lo recalcan incesantemente los Kirchner. El golpe de estado era no sólo sabido y conocido de antemano por las fuerzas vivas de la sociedad, sino que por acción u omisión, consentido y deseado por todas ellas. El error de cálculo fue la magnitud de la violencia que los militares utilizarían contra los “enemigos del pueblo” de aquel entonces (que precisamente son los que gobiernan la Nación hoy en día).

Las responsabilidades de toda la dirigencia por acción, y de la ciudadanía por omisión, podría remitirse a la negativa del líder de la Unión Cívica Radical de entonces, Ricardo Balbín, de integrar la fórmula presidencial ofrecida por Juan D. Perón para las elecciones de 1973. Por motivos insondables, Perón, consciente de su enfermedad y a sabiendas de su inminente deceso, previó la continuidad del apellido en el poder después de su muerte, y conformó la fórmula electoral con su esposa, Isabel Perón, una mujer descolorida, ignorante en cuestiones culturales, académicas, políticas,  y sin la entereza de espíritu suficiente como para afrontar semejante cargo.

Perón sabía todo esto. Era su mujer. La conocía. ¿Qué ambición de perpetuación desmedida lo llevó a legarle a la Nación semejante personaje? Y, por su parte, la Nación que votó y convalidó esa fórmula, estando igualmente consciente de las pocas chances que tenía Perón de sobrevivir en pleno uso de sus facultades físicas y mentales la totalidad del período… emitió su voto y los instauró en el poder.

Después de la muerte de Perón, los “enemigos del pueblo” fueron los terroristas de las agrupaciones guerrilleras del momento (ERP – Montoneros), quienes se enrolaron en una oleada ideológica financiada por el comunismo ruso, y entrenada por el comunismo cubano. Una ideología que para las bases representaba una alternativa válida para alcanzar una sociedad mejor; y para los cuadros un gran negocio, una alternativa financiera superior a cualquier otra inversión.

Ante esta espiralización de la violencia, ni la dirigencia de las “fuerzas vivas” de la sociedad, ni la gente común y corriente divisaron la continuidad de la institucionalidad como una salida válida y eficiente al problema.  Quienes  tuvieran el coraje y el liderazgo para proponer la continuidad democrática y el llamado a elecciones inmediatas, de manera tal de legitimar al gobierno elegido en la lucha contra la guerrilla y el terrorismo comunistas no encontraron eco en la sociedad indolente ante la inminente violación a la institucionalidad.  La gran mayoría olvidó que la Constitución Nacional era la llave maestra para destrabar los conflictos y reinstaurar la paz. La gran mayoría no tuvo una valoración subjetiva de la democracia y la república superior a la valoración subjetiva de los “militares”, de los caudillos que suplantarían al difunto en el rol de ordenador de la sociedad, y proveedor de los recursos.

Volviendo, entonces, a la pregunta sobre qué ganan los Kirchner con mantener las heridas abiertas, la respuesta es: su continuidad en el poder. Néstor y Cristina no sólo no pasaron un día de sus vidas presos, ni fueron perseguidos ni torturados por el régimen militar, sino que forjaron gran parte de su fortuna merced a una normativa promulgada por el gobierno militar, en virtud de la cual incontable cantidad de personas perdieron sus viviendas. Los Kirchner fueron eficientes abogados devenidos en acreedores gracias a esa normativa.

En sus años universitarios formaron parte del folklore peronista izquierdista, en sintonía con el ánimo de la época  y con el entusiasmo que causa en los jóvenes la pertenencia a un grupo, máxime si ese grupo adhiere a una militancia romántica que diera la ilusión de arriesgar la propia vida por un ideal superior. Pero si bien ellos superaron el romanticismo militante con el pragmatismo de hacer dinero (y mucho!) en la remota Patagonia Argentina, varios de sus amigos sí empuñaron las armas y mataron gente. Muchos de esos, hoy en día ocupan lugares clave del gobierno, y tienen el poder de convertir a los entonces reclamados “salvadores” en los actuales “enemigos del pueblo”. La ganancia está no tanto en el dinero que la corrupción les facilita desde sus actuales roles, sino más aún… en la permanencia y anhelada perpetuidad en el poder que hoy ostentan.

Los Kirchner (o Néstor, en realidad) supieron leer como ningún otro político la fibra, el ADN del sujeto promedio, urbano, clase media, o media baja, que son los que por su superioridad numérica hoy en día definen una elección. Entendieron perfectamente que para instaurarse en el colectivo es necesario plantear la confrontación con un enemigo externo a nosotros mismos, quien es el causante de todos nuestros males. Entendieron que ese enemigo necesita un oponente que lo confronte, que le haga frente y se le plante. De ahí la necesidad de los Kirchner de fogonear el tema del golpe militar, los desaparecidos y los “derechos humanos”.  No importa que el “enemigo” sea apenas un grupo dentro de un conjunto, como son los militares, en este caso. Ni que ese enemigo sea apenas un espectro incorpóreo y completamente inofensivo, máxime si se lo compara con otros enemigos más feroces y reales como el narcotráfico, la inseguridad y la inflación. No. Eso no importa. Lo que importa es que los Kirchner y su séquito de inmorales saben presentarse como los verdaderos “héroes”, capaces de enfrentar esos fantasmas, aunque por atrás negocien y se enriquezcan en sociedad con los verdaderos “ enemigos del pueblo”.

Sólo resta desear y orar por que de aquí a 34 años (o mucho antes) el narcotráfico, la inseguridad y la inflación sean los mismos espectros que son los militares hoy en día.

Fuente: HACER

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