Nunca esperamos que el 10 de Agosto del presente año, en su informe anual al país, Rafael Correa tuviese la entereza, el raciocinio, la integridad para entregar un discurso propio de un estadista, porque simplemente carece de tal dimensión.Por tanto, no nos llamó la atención sobre el disparatado mensaje que resultó tan estrafalario como los monólogos sabatinos.La diferencia estriba que en la fecha cívica su evacuación duró cinco exageradas horas; demasiado tiempo para más de lo mismo.

En el imaginario colectivo se podría establecer que Correa ha conseguido en cerca de cuatro años de mandato la transformación del Ecuador, donde los inversionistas nacionales y extranjeros están desesperados por invertir; donde las fuentes de trabajo son tan abundantes que es el justificativo para abrir las fronteras a los extranjeros; donde la seguridad ciudadana está inteligentemente dirigida por una política conjunta de jueces, fiscales y policías, acompasados por el cada vez más deslumbrante Ministro de Justicia; donde la corrupción administrativa se ha esfumado al influjo de los organismos de control y de la Asamblea Legislativa que hicieron de la impunidad una fórmula mágica para olvidarse de los atracos al Fisco.

Pero, la realidad es muy diferente. El país está no al borde, sino cayendo al abismo de la miseria económica y la afrenta moral, siendo los responsables de tales calamidades el Presidente de la República, que no cesa de mentirle al pueblo, y, por otro lado, una oposición medrosa que tiembla ante la posibilidad de que Correa haga efectiva su amenaza de la “muerte cruzada”, sin percatarse que “el muchachito de Chávez” es tan fanfarrón como su ídolo, que cuando los enfrentan ya no insultan, gruñen o zapatean; al contrario, ponen en ejecución una serie de habilidades, practicando la cortesanía, son laxos y llegan a esbozar una mueca que parece sonrisa.

El discurso ampuloso de Correa puso de relieve un síntoma inequívoco que no puede disfrazar y se refiere al pánico que siente ante las comunidades indígenas agrupadas en la CONAIE, por lo que en su mendaz alocución lo único verdadero lo encontramos cuando llegó a rezumar un exagerado racismo que en los tiempos actuales resulta absurdo e intolerable. Y este sentimiento tan innoble como anquilosado, se agrava por cuanto las tramposas reformas a la Ley de Hidrocarburos no servirán de nada, porque aún cuando el autócrata otorgue concesiones a dedo, las compañías adjudicatarias no podrían realizar labor alguna y optarían  por retirarse del país, ya que estos grupos indígenas, hoy denigrados con ingratitud,  estarán vigilantes con el uso del agua y la explotación de los recursos naturales.

Fuente: HACER