Luego de la multitudinaria marcha realizada en Guayaquil, el Jueves 11 de los presentes mes y año, en contra de la tiranía de Rafael Correa Delgado, a este patán que se dedicó por tres años a insultar la inteligencia y la dignidad de los ecuatorianos, no le quedará mas remedio que ir preparando sus bártulos y reemprender vuelo a Cuba, donde tendrá la oportunidad de derramar lágrimas como las de Boabdil, el último rey moro de Granada; lágrimas que no serán respetadas por Fidel Castro, quien no lo hizo por nadie antes, menos ahora que se encuentra al borde del sepulcro. No es recomendable que se traslade a Venezuela, porque su ídolo Hugo Chávez también estará buscando un sitio donde refugiarse, para cuando huya de la ira de su pueblo, que tampoco ya soporta las arbitrariedades de este otro  farsante, que al igual que Correa hicieron el gran negocio con las ofertas mentirosas, las cuales ocultaban odio, corrupción y estupidez.

El ejemplo del puerto principal es el grito de libertad que da inicio a un despertar nacional que obligará al disparatado economista a rectificar o fugar por otros lares, posiblemente acompañado por un minúsculo grupo del círculo rosa, ya que la mayoría de sus áulicos que lo han venido consintiendo son expertos en corear “ha muerto el rey, viva el rey”, por lo que no les resultará incómodo bajar la cerviz ante nuevas circunstancias.

Está claro que ha sido la ciudad de Quito el escenario adecuado para que los mandatarios aventureros y frívolos, con los pantalones mojados, abandonen el poder cuando no han demostrado capacidad ni honestidad. O, ¿acaso no se indigna el pueblo cuando atraviesa una angustiosa crisis económica, a pesar de los millonarios ingresos por petrodólares, esfumados en medio de contratos y artificios que al momento de una verdadera auditoría resulten en cientos de juicios por peculado? O, ¿quizás el pueblo no tiene derecho a hartarse del cúmulo de pendencias generadas por los exabruptos de un desequilibrado?.

Cuando los autócratas ya no tienen a su disposición los esbirros que le soporten sus berrinches; cuando ya no imparten ordenes antojadizas a los vivales que los acompañaron en el despreocupado manejo de los fondos públicos; cuando los soberbios no pueden satisfacer todos los antojos que se les ocurrían según el estado de sus temperamentos; cuando los tiranos no pueden vociferar todas las atrocidades que se permitieron abusando del poder; es entonces, y solo entonces, que podrían entender uno de los pensamientos de Arthur Schopenhauer, hosco y misántropo como Correa, quien recomendaba: “Entre los enojos de la sociedad y la tristeza de la soledad, el hombre razonable elegirá la soledad como mal menor”. Por supuesto que existe una singular diferencia entre el filósofo alemán del siglo XIX, quien compitió nada menos que con Hegel y el farandulero Correa quien se refocila en la más oprobiosa vulgaridad.

Fuente: HACER