Lo dije ya y lo repito ahora: el desconcierto domina hoy la vida de los colombianos. Lo percibo cada día cuando cruzo palabras, bien con amigos que encuentro en el vestíbulo de un cine o cuando escucho los comentarios de porteros, vendedores ambulantes o empleadas del servicio doméstico. ¿Qué nos espera?, ¿para dónde va el país?, ¿en quién confiar? son las preguntas, cargadas de incertidumbre, que yo también me hago.
Tal desconcierto, que uno advierte en todos los estratos sociales del país, tiene su origen en dos dimensiones paralelas de lo que estamos viviendo: una virtual y otra real y sombría, encadenada al presente. La virtual reina en la prensa y noticieros de radio y televisión y, por supuesto, también en las alocuciones del presidente Santos y de sus ministros, todo ello con el sustento de millonarios derroches en publicidad.
La paz, desde luego, es el más vistoso trofeo que exhibe Santos en los escenarios internacionales, haciendo valer que la firma del acuerdo con las Farc puso fin a cincuenta años de conflicto armado. Se adelantan ahora una desmovilización de la guerrilla, la entrega de sus armas y su tranquila y al fin y al cabo temporal concentración en 23 zonas veredales, ubicadas en 16 departamentos.
Pese a todo, ¿tendremos al fin la paz? La realidad del país no lo confirma. Regiones como Chocó, Urabá y Arauca aún padecen masacres, secuestros y extorsiones a cargo del Eln y de las bacrim
Otros logros reivindicados por el Gobierno saltan día tras día en la prensa. Según la revista Semana, en su último número, “las cosas no están tan catastróficas en Colombia como para que haya tanto pesimismo”. Aceptando las cifras oficiales, la publicación asegura que han bajado las tasas de homicidios y las tasas de desempleo y que la pobreza se ha reducido de un 49 a un 28 por ciento, la educación primaria llega a un 92 por ciento y la cobertura de la salud, a un 95 por ciento.
¿Por qué, entonces, el desconcierto y la incertidumbre de tantos colombianos? ¿Qué es lo virtual y qué es lo real en la percepción de nuestro entorno? Pongamos en una balanza los costos que tiene el acuerdo. Además de toda suerte de prebendas (sueldos, curules, espacios en la radio y la televisión, cero días de cárcel, etc.), las Farc han logrado una justicia especial diseñada para ellas y presidida por personajes que no son ajenos a su ideología. Todavía muy poco se sabe de los 11.600 niños, niñas y adolescentes incorporados a sus filas. Y por último, desconociendo el plebiscito del 2 de octubre, el Gobierno, con el respaldo de sus dóciles mayorías en el Congreso, impuso algo nunca antes visto: incluir en la Constitución las 310 páginas del acuerdo, sin derogación posible en los tres próximos gobiernos.
Pese a todo, ¿tendremos al fin la paz? La realidad del país no lo confirma. Regiones como el Chocó, Urabá, Arauca o el Catatumbo siguen padeciendo masacres, secuestros y extorsiones a cargo del Eln y de las bandas criminales cuyo sustento es el boyante narcotráfico y el desbordado aumento de los cultivos de coca. En las ciudades reina una creciente inseguridad. A esto deben agregarse la pobreza urbana y rural, el desempleo, el costo de vida agravado por la reforma tributaria, la inflación y el desmesurado gasto público. De nada sirven las máscaras verbales para ocultar la realidad. Por ejemplo, el llamado empleo informal es solo una expresión del rebusque y la miseria.
¿Y qué decir de la corrupción? Sus escándalos inundan la prensa. Ha permeado no solo al Estado, sino también al sector empresarial. ¿Y la salud? Su cubrimiento de un 95 por ciento de la población es un mito. Millares de tutelas denuncian la incompetencia de estos servicios, y la situación financiera de la red pública de hospitales es catastrófica, por fallas en el pago de las EPS.
Estas son las razones del desconcierto que uno percibe en el colombiano de a pie. Algo indica que el país está entrando en un limbo. ¿Quién podrá rescatarlo? Es la pregunta que todos nos hacemos.
Fuente: El Tiempo (Colombia)
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