¿Debe el hombre sabio servir al rey? La interrogante es planteada nada menos que por Tomás Moro en uno de los capítulos centrales de Utopía, ese clásico de la filosofía política del siglo XV que describe cómo debe organizarse un Estado perfecto para conseguir la felicidad de sus habitantes. Utopía, que etimológicamente debe entenderse como un lugar que no existe en ningún lugar, es una sociedad totalitaria que busca el bienestar de todos, en donde los ciudadanos han renunciado a su libertad y entregado todos los poderes a un Gobierno ilustrado.

Si hubiera escrito en estos días, Moro quizás habría citado como ejemplos a Cuba o el modelo de sociedad que plantea el socialismo del siglo XXI. Y, obviamente, habría formulado la interrogante en palabras más modernas. ¿Deben los intelectuales servir a la sociedad o a los Gobiernos? ¿Debe la prensa servir al poder?

Quizás sea bueno releer Utopía en estos días. Lo reflexiono mientras leo a Hernán Pérez Loose analizar, en diario El Universo, el papel de los Cisneros en Venezuela. Gustavo Cisneros es el dueño de Venevisión, el canal de televisión que se mantiene en pie en medio de la lucha contra los medios decretada por Hugo Chávez, gracias a una política informativa complaciente con el poder. ¿Hace bien Cisneros sirviendo al rey? Yo creo que mientras lo haga con honestidad, porque cree sinceramente que el socialismo es la vía para lograr la justicia, entonces, hace lo correcto.

Los que no lo veamos así, los que temamos que perder la libertad en favor de una tiranía tampoco garantiza el bienestar de la sociedad, tenemos derecho a discrepar, conociendo cuales serán las consecuencias. Tomás Moro no nos proporciona muchas pistas. Advierte que, “haciendo así, llegarás a una muy buena posición y podrás ayudar a tus amigos”. Pero agrega que “la mayor parte de los príncipes se dedican más a extender su poder que a gobernar bien”. A buen entendedor, creo, pocas palabras.

Lo entendió bien Erasmo de Rótterdam, contemporáneo de Moro y que, en esa misma época, escribió su Elogio de la Locura. Erasmo escribe en contra del poder de ese entonces, una Iglesia Católica sumida en la corrupción, consciente además que cualquier discrepancia puede costarle hasta la vida. Atribuye, entonces, sus críticas a la Locura, una diosa hija de la ebriedad y la ignorancia, compañera del narcisismo y la intemperancia, que se permite, sin embargo, denunciar la corrupción, criticar la tiranía. Erasmo dice la verdad haciéndose el loco. Está consciente de que un hombre sabio no debe servir a la tiranía, pero sabe que también debe sobrevivir. Paradójicamente, Tomás Moro, el hombre que optó por servir al rey, terminó decapitado. “Mal sirve el diablo a sus devotos”, declaró ayer Marcelo Rivera, el dirigente de la FEUE, lapidado públicamente después de actuar como su aliado. No están conscientes, ni él ni Cisneros, de que, una vez perdida la libertad (a lo que ellos mismos han contribuido), no podrán defenderse.

Fuente: Diario Hoy