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Colombia

Colombia: Uribe ante la historia – por Darío Acevedo Carmona

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Dejarle a la Historia el veredicto sobre los ocho años de gobierno de Alvaro Uribe Vélez es impropio y significa, al menos,  hacerle un esguince al presente. Me explico, existe la creencia de que sobre  las personas y las situaciones controversiales, lo correcto es esperar a que próximas generaciones o estudiosos de la historia hagan su balance. Fidel Castro se limitó a decir “la Historia me absolverá” en el juicio por la toma del Cuartel Moncada. Lo cierto del caso es que ni a él ni a nadie ni a nada la Historia condenará o absolverá. La Historia no es, como enseñó el historiador francés, Marc Bloch, juez del pasado. Su misión no consiste en declarar la verdad o la mentira sobre una persona o situación. No es una profesión que tenga por fin proclamar verdades definitivas que cancelan el debate. El pasado como el presente es objeto de controversia y ningún estudio tiene la virtud de cerrar la polémica sobre un tema específico. Donde hay interpretación siempre existe la posibilidad de variadas versiones.

Así pues que, el balance de la obra de Uribe no tendrá conclusión ni cierre. Unas lecturas tendrán un tono positivo en el que se hará énfasis en el contraste entre la Colombia de fines de la década del noventa y comienzos del tercer milenio: atemorizada, en manos de poderosos grupos criminales que en nombre del estado o contra él arrasaban a la población civil mientras ese estado y la fuerza pública actuaban con omisión y desidia, la Colombia que se desmoronaba, era la tropa sin mística, la humillación de unas guerrillas ensoberbecidas y arrogantes que imponían su lenguaje amenazador, y la Colombia de hoy, pujante, con recuperación del estado de derecho, con unas fuerzas armadas plenas de vigor y entusiasmo, con una economía sólida a pesar de la grave crisis internacional y el saboteo del chavismo. Un país con altas tasas de optimismo y renovadas esperanzas.

Ese contraste, que orgulloso resume Uribe en la metáfora de los tres huevitos, es el que la inmensa mayoría de colombianos le viene reconociendo sin falta en las regulares encuestas que siempre lo colocaron entre un 65 y un 80% de favorabilidad durante ocho años.  Así pues, no hay razones válidas para que sean los estudiosos o las generaciones del futuro las que evalúen esta época. Ya la gente se pronunció. Queda, para testimonio de que no hay ni habrá unanimidad,  una franja cercana al 20 por ciento que denigra, que no cree en los buenos resultados, que piensan que fueron ocho años de desastre, autoritarismo, desinstitucionalización, empobrecimiento, de opción por la guerra y de persecución.

No hay pues, ni habrá, una sola historia. En la valoración de la obra uribista no tendremos consenso. Como no lo tendremos en otros temas como por ejemplo el de la verdad histórica a cargo de Comisiones de la Verdad. Sobre nuestro complejo y sufrido conflicto habrá interpretaciones diferentes según los intereses. La idea de adjudicar toda la responsabilidad de la violencia y de sus secuelas sólo o principalmente al estado chocará con la de quienes vemos otros responsables, circunstancias y motivaciones. La Verdad para la Historia no es singular, es plural. Sólo en la esfera judicial es posible y deseable que se establezcan con veracidad las responsabilidades individuales y colectivas y se apliquen las penas correspondientes. Pero lo que esta sociedad no acepta ni puede validar es la pretensión de unos pocos activistas que quieren presentarnos y vendernos la lectura simplista y reduccionista de un conflicto en que el estado es el victimario y el “pueblo”, la izquierda y los comunistas las víctimas inocentes.

No hay que esperar a que la Historia hable si el presente ya se pronunció. La obra del presidente Uribe es de unas dimensiones colosales: libró al país del triunfo de las guerrillas comunistas, libro al país de la pesadilla del paramilitarismo, acercó los ciudadanos al gobierno y al estado a través de los consejos comunitarios, recuperó la confianza de los empresarios nacionales y extranjeros, evitó la polarización clasista de la sociedad, procuró una mayor cobertura escolar. Uribe fue un líder frentero que no le escurrió el bulto a los problemas y a los debates. Fue un trabajador incansable y ejemplar que suscitó la admiración hasta en sus rivales.  Imposible hacer el balance total en esta s líneas. Reconozcamos que también tuvo sus debilidades y errores, por ejemplo, es una constante en las encuestas que la opinión lo rajaba en el manejo del desempleo y a veces en el tema del intercambio humanitario. No había la unanimidad de la que se quejaban sus detractores y enemigos de todos los colores. No hubo censura de prensa, no se acudió al estado de sitio sino ocasional y localmente, no se desbarataron las instituciones que están más vivas y saludables que nunca, la izquierda experimentó sus mejores años electorales en toda la historia, funciona la separación de poderes y Uribe sufrió derrotas a manos de la Suprema de Justicia y en un referendo. En Colombia no hay prisioneros de conciencia, se han reducido notoriamente los índices de violencia, de secuestro, las masacres, llegó a su fin el exterminio de la izquierda y no hay magnicidios. Otros resaltarán aspectos negativos: los escándalos de corrupción, los falsos positivos y otras fallas, pero, nada opacará el sentimiento de satisfacción y gratitud del 75% de la población colombiana. Uribe deja, a pesar de los vituperios y los insultos, un país más tranquilo, más pacífico, más estable económicamente, mas seguro y más feliz. Mejor preparado para enfrentar los nuevos retos de la lucha por la equidad y la cohesión social. Lo seguirán acosando y persiguiendo como perros de presa, pero él se defenderá como un león, la Historia registrará esos episodios.

Fuente: Ventana Abierta (Colombia)

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