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Argentina

Argentina: 1910 vs. 2010, un duelo ideológico – por Carlos Pagni

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“Pese a quien le pese, estamos mucho mejor que hace 100 años”. Lo dijo Cristina Kirchner en el discurso que pronunció anteayer en la Casa Rosada. Fuera de contexto, no se puede sino coincidir con el dictamen. Sería horroroso que la sociedad argentina se encontrara, en términos absolutos, peor que un siglo atrás.

Pero la Presidenta no quiso decir una perogrullada. Su “pese a quien le pese” es un desafío; abre una discusión. Y esa discusión tiene interlocutores bastante precisos: son los que vienen sosteniendo que, a diferencia de lo que ocurría en 1910, la Argentina no tiene hoy motivos para la autocelebración.

Si se repasan otras referencias históricas de estos meses, se advertirá que Cristina Kirchner no quiere sólo defender el presente, sino impugnar la experiencia de 1910, cuando “no había derechos sociales” y “queríamos parecernos a Europa, y mirar hacia fuera”. El 19 de abril, en Venezuela, dijo: “En el primer centenario se habían consolidado repúblicas en un modelo de división internacional del trabajo, donde nosotros proveíamos materias primas, que eran industrializadas y generaban riqueza y valor muy lejos de estas tierras. Y los hombres que habían hecho 1810 pensaban exactamente lo contrario”. La comparación con 1910 es la denuncia de una desviación histórica en la que habría incurrido la Argentina agroexportadora de comienzos del siglo XX.

Es interesante analizar esta idea. No tanto por su complejidad ?que es poca, como suele ocurrir con casi todas las referencias históricas de los políticos argentinos?, sino porque expresa algunos atavismos intelectuales que la Presidenta comparte con un sector de la dirigencia nacional que excede en mucho al elenco gobernante.

El primer vicio de esta imagen del pasado es el anacronismo, que para la historia es, como dice Eric Hobsbawm, más peligroso que la mentira. Cristina Kirchner juzga la Argentina de 1910 con categorías del presente. Es verdad que por entonces no había derechos sociales. Pero ¿dónde los había? Para que se impusiera la noción de ciudadanía social había que esperar un par de décadas. También es cierto, como ella recordó, que para 1902 la ley de residencia autorizó a deportar a los promotores del anarquismo, más por sus atentados terroristas que por su activismo sindical. Pero las impugnaciones parlamentarias de Emilio Gouchón y Belisario Roldán a la iniciativa revelan también una llamativa apertura ideológica en un sector de la elite del centenario. El mismo Joaquín V. González, que promovió la ley de residencia, propuso en 1904 una ley nacional de trabajo que incluía la cobertura de accidentes laborales, la jornada de ocho horas y la igualdad para la población indígena. Fue rechazada por el anarquismo y por la UIA, en este caso con argumentos de un proteccionismo que resultaría simpático a algún funcionario de hoy. González, ministro de Julio Roca, recurrió para elaborar ese precoz código laboral a socialistas como Ingenieros o Del Valle Iberlucea. Ocho años más tarde, Roque Sáenz Peña pactó la ley de voto secreto, obligatorio y universal ?excluyendo a las mujeres, es cierto? con Hipólito Yrigoyen. Por lo visto, hace un siglo se dialogaba más que ahora.

En 1910 la Argentina era lo que Juan Carlos Torre denomina un gran laboratorio social. Entre 1870 y 1930 la población pasó de 2 millones de habitantes a 11 millones. En 1869 quienes vivían en localidades de más de 2000 habitantes eran el 28,6% del total; en 1914, el 52,7% (más que en Estados Unidos, apunta Pablo Gerchunoff). La tasa de escolarización de niños pasó, en el mismo período, de 19 a 52%. Francis Korn consignó hace poco en La Nacion que entre 1887 y 1914 la cantidad de gente aumentó 264%, mientras que los propietarios aumentaron 400%. La población ubicada en conventillos pasó de ser el 25% de la ciudad a ser menos del 10%. “Y todavía no había aparecido una vivienda peor”, aclara Korn.

Ideas discutibles

Otra noción discutible, pero habitual en las asambleas universitarias de La Plata de cuando la Presidenta estudiaba, es que una perversa conspiración externa condenó a la Argentina a un indeseable rol de productor agropecuario, privándola del destino industrial que ?hay que suponer? tenía muy a mano. Sin embargo, en 1914 ?apunta Gerchunoff? la Argentina era el más industrial de los países iberoamericanos. La producción manufacturera representaba el 16,6% del total; en Chile, el 14,5%; en México, el 12,3%, y en Brasil, el 12,1%.

Estas cifras exhiben el segundo extravío del planteo de la señora de Kirchner: su aislacionismo. Si comparara la trayectoria de la Argentina con la de otros países, ajustaría su diagnóstico. En 1910, con un PBI de 26.000 millones de dólares, la economía argentina era la primera de América latina y se encontraba entre las 9 más importantes del mundo. Sólo era superada por Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, España, Bélgica y Canadá. Hoy ocupa el puesto 57. En cuanto al PBI per cápita, hacia 1910 la Argentina ocupaba el octavo puesto. Con 3822 dólares por habitante, sólo era superada por Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Bélgica y Suiza.

Hacia 1925, en términos económicos, la Argentina era 30% más grande que México o Brasil, 20% más grande que Australia e igual que Canadá. En ese mismo año, con el 16% de la población de América latina, tenía el 45% de los teléfonos y el 58% de los autos de la región. Torre recuerda que en 1927 era el segundo consumidor de películas producidas en los Estados Unidos y contaba con 972 salas de cine.

La condena de Cristina Kirchner a ese país del centenario cuenta con numerosos precursores. Como observó Halperín Donghi, se trata de una visión historiográfica ?la del revisionismo nacionalista? que supone que la Argentina debe ser rescatada de la decadencia en la que ingresó cuando se integró al mercado atlántico y se aproximaron su economía y sus instituciones a estándares internacionales exitosos. Contra toda estadística ?típico problema de los Kirchner? el discurso oficial propone otro derrotero: la vía nacional al desarrollo, las reglas propias, una receta cuyo valor radica en que es “nuestra”. Desde esta perspectiva, valió la pena que la señora de Kirchner haya condenado el centenario. Ahora está más claro por qué, para el segundo, el país se ha replegado sobre sí mismo, se rige por una contabilidad autóctona, adopta un comportamiento internacional imprevisible e intenta, como puede, reinventar la rueda.

Fuente: La Nacion (Argentina)

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