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Latin America

Opinion: La corrupcion, una pesada cruz – por Hugo N. Vera Ojeda

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El aspecto más reclamado y con justa razón, es el nulo resultado en la lucha contra la corrupción. A pesar de que, hasta pudo existir buena voluntad de algunos que han sugerido aplicar penas más duras, crear fiscalías especializadas, legislación casi exclusiva para tratarlo, entre otras, fueron medidas inútiles para combatirlo.

El principal problema con el que se tropieza, en primer lugar es que muchos no tienen una definición clara y categórica de lo que es corrupción, al menos para saber quién es corrupto o delincuente común. Si bien esto, en el tratamiento en cuanto a las penas, no tiene mayor relevancia, sin embargo es indispensable para buscar una solución. Muchos sostienen erróneamente, que son tan culpables los corruptos como los que los corrompen.

La corrupción es la utilización de la administración pública para sacar un provecho propio. Hechos como la estafa, el robo, la extorsión etc. que son cometidos por particulares no es corrupción, sino delito común. Es decir, la corrupción está directamente vinculada a los funcionarios públicos. En un acto de corrupción quien tiene la obligación legal es el funcionario, el particular a lo sumo no pasa por corrupto, sino por delincuente común al vincularse con este, pues no tiene poder estatal.

Si desapareciera esa burocracia que otorga poder al funcionario, también lo hará ese que lo quiere “corromper”. Un ejemplo claro es lo ocurrido en Hong Kong, en donde se disminuyó drásticamente la corrupción. Una simple medida como permitir a las empresas abrir sin necesidad de patentes, fue muy efectiva. Es que la facultad de otorgarlas daba mucho poder a funcionarios que se aprovechaban de situaciones de inversiones de capital, en donde los inversores estaban dispuestos a sobornar por él con tal de abrir su empresa. Solo que este hecho que es común en cualquier parte del mundo crece exponencialmente a medida que crece el poder estatal.

Finalmente ahuyenta o desalienta cualquier inversión y tras él la oportunidad de generar riquezas para el país. Paraguay tiene graves problemas de corrupción, no por la falta de moralidad o de principios de su gente, sino que el sistema estatista genera mucha burocracia y con tal buscarse celeridad hace crecer la corrupción.

La gente erróneamente cree que el problema pasa por la gente, cuando es la oportunidad que crea el sistema, la que finalmente induce a la corrupción. Es importante mencionar que pueden existir algunos que otros, que no caen en esto, pero es la excepción y los que caen son la regla. Al eliminarse la excesiva burocracia ocurre a la inversa entre la excepción y la regla.

No obstante, es bueno señalar que la desburocratización no es el único factor para combatir la corrupción desde sus raíces, quizás solo la más importante. Debe sumarse a él, la transparencia y el control, pues de todas formas es indispensable una mínima burocracia, que no obstante ya es más fácil de controlar que cuando se tiene un exorbitante Estado.

Gratuitamente se le atribuye al “paraguayo” la cultura de la corrupción, cuando solo es una cuestión estructural. El paraguayo o cualquier ciudadano del mundo no es corrupto por naturaleza, sino por ocasión. Si desaparecen las causas que le hace ser corrupto, no lo será por más que sea un perverso ser humano. De igual forma, lo será dentro de un sistema que permite serlo, por más que sea un ángel celestial. En esto juega mucho la concepción platónica del rey filósofo que sostiene que el buen gobierno pasa por los hombres, cuando la evidencia empírica señala que pasa por la institucionalidad.

A causa de esta herrada visión, se invierte muchos recursos en la represión antes que en combatir las causas, lo que es lo mismo que tirar más leña al fuego o peor aún, combustible. Las tantas secretarías y subsecretarías, unidades especializadas etc. llevan más recursos estatales que todos pagamos bajo la falsa premisa de que la represión es la solución.

El gobierno actual, si bien ha prometido cambios y que se acabaría el Paraguay con fama de corrupción, ha hecho todo para que no sea así. La tendencia, lejos de que sea un achicamiento, ha incrementado notablemente el aparato estatal.

Transferencias directas, gastos reservados, creación de más secretarías como Sicom. O “potenciar” las existentes, elevando el presupuesto a pesar de tener una existencia idealista, antes que necesaria, como el Viceministerio de la Juventud que gasta sumas siderales en publicidades platónicas. Otras con notorio anacronismo, como cañas paraguayas, ferrocarril, Essap, Copaco, Ande entre otros que consumen furiosamente el presupuesto nacional, elevándolo al infernal porcentaje del 94% para gastos corrientes. Solo con borrar del presupuesto algunos de estos clavos, se sanearía realmente la economía y no como dice la retórica interesada, creando más impuestos como el IRP al solo efecto de tirar más combustible al fuego.

¿O es que nunca se planteó la idea de un mundo sin viceministerios, como el de la juventud? Muchos creemos que sin él, nuestros jóvenes no se perderán por no ser adoctrinados. Los jóvenes necesitan trabajo al igual que cualquiera para construir su propia vida, y es exactamente lo que se generará, si estos elefantes blancos dan un paso al costado.

* Hugo Vera Ojeda es director ejecutivo de la Fundacion Libertad del Paraguay.

Fuente: La Nacion (Paraguay)

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