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Haiti

Opinion: ¿Servirá la ayuda internacional para estimular un cambio en Haití? – por Andrés Mejía Vergnaud

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Se ha dicho con razón que, en Haití, a la tragedia del terremoto se suma la tragedia de que este hubiera ocurrido en un país ya de por sí devastado y pobre, carente de organismos públicos serios y capaces, con una población que sufre de enfermedades y de mala alimentación, con una infraestructura insignificante y de mala calidad. Es decir, un país que, antes del terremoto, sufría ya en buena medida por males que ahora serán más agudos. Una mirada panorámica a los indicadores de este país -por supuesto anteriores al desastre del sismo- permite percibir la pésima situación que ya antes se vivía. La utilización del tiempo presente (“…se calcula, se estima…”) es inevitable para efectos de transmitir esta información. Pero baste que el lector tenga en mente que, en el auténtico presente, es decir, después del sismo, seguramente todas estas cifras son y serán peores.

Situado en la parte occidental de la isla La Española, Haití tiene algo más de 9 millones de habitantes. En 2008 su producto interno bruto (PIB) fue de 7.000 millones de dólares; el de Colombia fue de 240.000 millones. El ingreso per cápita de Haití es solo de 790 dólares al año, mientras el de Colombia se acerca a los 5.000. Si medimos este último indicador con el método PPP -el cual permite calcular el valor de una moneda a partir de su poder adquisitivo para hacer comparaciones internacionales- tenemos que el ingreso per cápita de Haití es de 1.300 dólares al año, mientras que el de Colombia es de 8.000. El sistema bancario es pequeño e inestable, y ha estado sometido a quiebras ocasionales. No hay bolsa de valores. Y en un país pobre, en el cual deberían ser bienvenidas las empresas y los emprendedores, toma 195 días constituir un nuevo negocio. Una de las esperanzas de la economía yacía en el turismo, el cual sin embargo se había afectado por la estabilidad política y la pobre oferta de servicios. Antes de esta tragedia, Haití recibía anualmente 700 millones de dólares en ayuda externa.

No hay datos precisos sobre empleo y desempleo en Haití: solo se sabe que más de dos terceras partes de la población carece de empleo formal, y que el perfil de la mano de obra exhibe un muy bajo nivel de capacitación. Las remesas enviadas desde el exterior suman casi el triple del valor total de las exportaciones, y equivalen a cerca de una cuarta parte del PIB. Cosa que no es de extrañarse, en un país cuya diáspora es tan aguda, que registra casi la misma cifra de migración neta que Colombia, cuya población es más de cuatro veces la de Haití.

La expectativa de vida al nacer es de 61 años; en Colombia es de 73. En este indicador Haití ocupa el lugar 181 entre 224 países, y sólo es superado por naciones africanas, en muchas de las cuales la enfermedad y la guerra se suman a la pobreza y el hambre. Las enfermedades transmisibles representan la principal causa de muerte (37 por ciento). El motivo específico de muerte más importante es el sida, el cual origina el 5 por ciento del total de fallecimientos; entre 170 países, Haití ocupa el puesto 28 en prevalencia del VIH, lo cual se define como el porcentaje de adultos entre 15 y 49 años que viven con el virus. El país tiene problemas severos con enfermedades diarreicas y gastroenteritis infecciosa. Se estima que el 20 por ciento de los menores de 15 años están en alto riesgo por causa de la pobreza y la malnutrición. Haití tiene una de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo (60 muertes por cada mil nacimientos). Tan solo el 26 por ciento de los partos es atendido por personal calificado. No más del 56 por ciento de los haitianos tiene acceso a agua que ha sido tratada. Se considera que la malaria es endémica, y la tuberculosis es la sexta causa de muerte.

Apenas el 52 por ciento de los haitianos mayores de 15 años sabe leer y escribir, y el gasto en educación alcanza solamente el 1,4 por ciento del PIB.

Mientras que en Colombia el consumo de electricidad por habitante es de 930 kilovatios hora, en Haití esa cifra llega si acaso a 37. En todo el país solo hay 9 nodos o hosts de internet, y apenas un millón de usuarios de la Red mundial. Únicamente hay 100.000 líneas telefónicas fijas, y el hecho de que en tan pobre país haya 3 millones de líneas celulares es testimonio de la revolucionaria penetración que la telefonía celular puede tener en el cambio de las condiciones de vida de la población pobre.

Se sabe muy bien que la corrupción es uno de los más grandes problemas que ha sufrido Haití, y uno de los más serios obstáculos en su desarrollo. En el Índice de Percepciones sobre la Corrupción, elaborado por Transparencia Internacional, Haití ocupa el lugar 168 entre 180 países; es decir, comparte ámbito con Somalia, Sudán y Myanmar (Colombia está en el puesto 75).

Frente a este panorama no hay mucho que decir. Solo queda esperar que la tragedia, si bien ha traído muerte y destrucción, dé lugar a un cambio radical en la vida de esta pequeña y pobre nación: un cambio impulsado por la ayuda exterior, pero movido sobre todo por importantes cambios en el seno de la población haitiana, los cuales implicarán armonizar sus tradiciones culturales con la necesidad de elevar su nivel de vida.

* Andrés Mejía Vergnaud es director del Instituto Libertad y Progreso de Colombia.

Fuente: Cambio

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