«Eppur, si mouve!»

por Leandro Cantó 1

Esas fueron las retadoras palabras de Galileo ante los doctores de la Iglesia: «¡Sin embargo, se mueve!», para mostrar su convicción de que la tierra rotaba y no se encontraba estática en el espacio, como lo dicen las Sagradas Escrituras. Era él quien tenía razón, pero nadie le creía. Después, todo cambió, pero miles de personas como Galileo fueron encarceladas, silenciadas y ajusticiadas por ir en contra de lo que entonces era el conocimiento aceptado.

Este no es sino un tradicional y legendario caso donde se demuestra la falibilidad del conocimiento humano. Claro está, la ciencia se abre paso y nos enseña nuevas cosas a diario, pero tener en claro que es falible, que se equivoca y que sus errores pueden hacer tanto daño como bien hacen sus aciertos es una condición que se debe defender siempre.

No obstante ello, persiste la intolerancia. Hay personas que, como les desagrada que otros hagan o consuman algo, y como no pueden convencer por razones política, éticas o de otra índole a la sociedad donde viven que las proscriba, entonces acuden a las «razones científicas» para convencer a legisladores y gobernantes de que deben ser prohibidas. Lo importante para ellos es, en realidad, no asumir el costo o la molestia que implica aceptar la libertad ajena –aunque la suya la defienden a todo dar— y, por el contrario, presionar para que se obligue a los «indeseables» a renunciar a sus derechos, en lugar de reconocer ellos que tienen otras opciones.

Lo peor es que muchas veces la comunidad científica se hace eco de esas acciones contrarias a la ética y los derechos de los ciudadanos. Lo hace generalmente más por sus propias concepciones ideológicas o por sus relaciones con los grupos de interés, que por la certeza técnica de lo que hacen y dicen. Pero también es cierto que es de suma importancia para laboratorios, universidades, doctores e institutos de investigación «demostrar» lo malo que es un producto o actividad que a ciertos grupos de presión desagrada, porque de esa manera se hacen acreedores de los jugosos fondos privados y públicos que se destinan a tal fin.

Así, se practicaron lobotomías como manera dizque científica de controlar enfermedades mentales severas en el pasado, como en el presente se acude a la dudosa comprobación del «fumador pasivo» para prohibir el consumo de cigarrillos. Estamos a punto de una gran escalada contra nuestras libertades basadas en la «ciencia»: mañana podríamos amanecer obligados a no comer carne a la parrilla, por sus «comprobados» efectos cancerígenos, o quizá se nos daría un límite de dos horas diarias para tomar el sol en la playa o la piscina, para que el Estado nos proteja de un eventual melanoma. Llegaría el momento en que no se podrá practicar el alpinismo, ni el automovilismo deportivo, ni volar en alas delta, porque está demostrado que las leyes físicas pueden causarnos severas lesiones e incluso la muerte.

No se debe confundir la certeza científica con la obligación de hacerla cumplir por las personas. La libertad implica riesgos, siempre que ella no obligue sin opciones a los demás a hacer lo que no quieren. Un robo es un acto donde la víctima no tiene opción. Quien muere por no llevar el cinturón de seguridad ajustado cuando conduce ni obliga, ni limita la libertad de los demás. Cuando conduce ebrio, si lo hace. Entonces, no busquemos «razones científicas» para limitar el derecho de las personas al libre desenvolvimiento de su vida, personalidad y gustos.

 

1 Leandro Cantó es periodista, ensayista y profesor universitario venezolano.