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Latin America

Opinión: Borges y el Nobel – por Cecilia Fernández Taladriz

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borgesHablar de Borges no es fácil porque con el pasar de los años su figura crece traspasando no solo generaciones, sino también idiomas y culturas. Se encamina así a ocupar un sitial entre los grandes de la literatura universal. Leer a Borges en cualquiera de los géneros que practicó es una fuente de gozo, y este es tal vez el sobrio tributo que le podemos brindar a quien buscó en primer lugar escribir y leer (e invitar a leer) por el placer de hacerlo.

Sus fuentes de inspiración abarcaron un amplísimo espectro de la literatura occidental, pero también de la oriental, la árabe y latinoamericana, además de la filosofía, comprendiendo autores de todos los tiempos. Su independencia de criterio no se sometió al juicio de la historia, pues osó rescatar del olvido algunos literatos nunca reconocidos. Dialogó con las culturas, las cosmovisiones y valores del pasado como si él mismo fuese parte de ese ayer, pero también lo logró gracias a su esfuerzo paciente por aprender los idiomas que le abrieron las puertas a los mundos de antaño. Practicó el latín de Virgilio, el italiano del Dante, el castellano de Quevedo, el inglés de Shakespeare y Milton (su segundo idioma en el que también escribió poesía), el alemán de Schopenhauer, por citar a algunos autores. A la vez ante todo amó a su ciudad, el Martín Fierro y el carácter del gaucho.  El cosmos de Borges es la literatura universal y su Buenos Aires mítico y real. Las sombras de su ceguera progresiva contribuyeron a diluir los límites del vasto espacio que habitó, hasta hacer de él un porteño universal.

Fue así un hombre que sin dificultad tendió puentes de hermandad con personas de todos los tiempos, culturas y creencias. En todos encontró valores y virtudes, aunque es evidente su predilección por los hombres de armas del pasado, aquellos que se batían a espada o cuchillo. En esto fue un hermano de alma de Cervantes, uno de los pocos novelistas a quien admiró y releyó.

Alguno de sus contemporáneos lo criticó por vivir en el pasado, y sin embargo también comentó las obras y corrientes literarias de vanguardia. Supo celebrar y señalar, tempranamente y con juicio certero, el surgimiento de nuevos literatos como Cortázar. Fue amigo de sus amigos. En sus conferencias y en varios de sus cuentos manifestó una gran empatía y complicidad con sus oyentes y lectores ―con el hombre de a pie que sigue cruzando su camino. No fue mañoso ni receloso a la hora de responder preguntas; con sencillez, en muchas ocasiones regaló consejos y nos sopló al oído la génesis de sus relatos. En cualquier caso, su perspectiva crítica y literaria tampoco pagó tributo a la modernidad. Por ejemplo, cuando se le preguntó por qué no había escrito una novela, respondió (entre otras cosas) que eventualmente ésta podría desaparecer como género literario, mientras el cuento permanecerá. Borges no fue (de ningún modo) un rupturista, pero tampoco un nostálgico del pasado. Más bien fue un hombre de su tiempo pero también de todos los tiempos, porque no le dio demasiada importancia al calendario. Como escritor gustó de jugar con sincronías imposibles, reflejando (como en un espejo) su laberinto interior.

En Borges a veces lo arduo parece sencillo: Su comprensión de la poesía y sus ensayos sobre ésta nos abren a formas de expresión que ―desde nuestra limitada educación contemporánea― nos resultarían más difíciles de penetrar sin su ayuda, por ejemplo cuando analiza a Quevedo o La Divina Comedia. Cultivó el ensayo, la poesía, el cuento y la conferencia. Es un maestro que gustaba enseñar, aunque sospechamos que aspiraba a ser recordado sobre todo por su poesía.

Borges compartió con Shakespeare la capacidad de construir historias en tiempos pasados e incluso remotos y también sobre culturas exóticas, y de hecho él mismo nos confesó que le resultaba más cómodo situar a sus personajes en un arcano del cual nadie recordase los detalles. Así no podrían echarle en cara, por ejemplo, un yerro en la descripción de una calle. En consecuencia fue un escritor a quien la ceguera no limitó en su arte. Autores como Kipling o Vargas Llosa nos han regalado excelentes cuentos y novelas basados en una crónica rigurosa, la que actúa como andamio y estructura desde donde desplegar su imaginación y oficio literario. Para dotar de un armazón, Borges no se apoyó en la crónica sino en su pasión por Buenos Aires, por un puñado de autores y obras universales y por la filosofía de Berkeley y Shopenhauer. Pero eso no quiere decir que se trate de un autor poco original. Por el contrario, sus cuentos funcionan porque siempre contienen una clave imaginativa y borgeana, ya sea fantástica o de otra naturaleza.

Admirador de la riqueza expresiva de Shakespeare, cultivó el castellano con un vocabulario excepcional, y así su capacidad descriptiva fluye con naturalidad y economía pasmosa. En ocasiones parece un escritor del siglo de oro español inclinado a crear neologismos, aunque su lenguaje se fue haciendo más llano con los años. Al igual que el Ulises de Joyce, a lo largo de su trayectoria su prosa abarcó todas las formas y estilos con una soltura que aparenta facilidad, siempre acuñada con ese sello propio de la buena moneda. Donde Borges resulta inigualable es en su genio certero para crear metáforas. Nos dice: “el pensativo, al metaforizar, dilucidará el mundo externo mediante ideas incorpóreas que para él son lo entrañal e inmediato; el sensual corporificará los conceptos.” (op. cit. “Acerca del expresionismo” ―Inquisiciones, 1925). Maestro en ambas formas de metáfora, a sus lectores nos sorprende una y otra vez con este fluir de su pluma que se hizo torrente caudaloso como el manantial de Ezequiel.

Borges nos señaló el valor de ser fieles a un oficio que forjó con tesón a partir de su temprana vocación literaria. Todos tenemos talentos, pero apenas un puñado persevera empujado por el gusto de trabajar bien, lo mejor posible, con rigor y con estudio. Nos animó a huir del fatalismo, aprovechando los accidentes (la ceguera) y las dificultades de la vida como la materia prima obligada y necesaria para desarrollar nuestra vocación. Aunque nunca del todo conforme con su obra (“para mi desgracia, yo soy yo mismo, soy Borges), su mayor gozo fue sumergirse en la literatura desde muy joven y hasta el final. De esta manera trazó una impresionante carrera que desde 1923 sumó sesenta y cinco años ininterrumpidos de publicaciones.

Nos dice Borges que en la Divina Comedia, aun inacabada, el Dante ya se sabía un gran poeta, uno que compartiría la memoria de los hombres con Virgilio, su guía y maestro. Borges siempre se mostró agradecido de sus lectores y gratamente sorprendido de su renombre, y probablemente también vislumbró la huella que dejaría su obra. Chesterton, uno de sus autores favoritos, señala que “la mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.” Borges no recibió el Nobel de literatura y nos parece mejor que así haya sido. La ocurrencia de premiar a Shakespeare con el Nobel nos parecería intolerable arribismo académico. Un premio que en raras ocasiones se otorga (cuando acierta) al mejor de una generación determinada, carece de la perspectiva requerida para distinguir a un gigante de la literatura universal.

Fuente: Blog de Cecilia Fernández Taladriz (Chile)

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