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México: Octavio Paz y la ignorancia – por Fernando Amerlinck

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Octavio PazSuelo preguntarme por qué gente tan inteligente como Octavio Paz, Ikram Antaki o Mario Vargas Llosa fue socialista y admiró al comunismo.

El nombre de Octavio Paz no rima con ignorancia (a diferencia del mío, escritor primerizo cuyo galáctico nivel de ignorancia crece mientras más aprendo, más conozco y más olvido) mas si alguien podría declararse ignorante —con mucho menos razón que yo— sería el socrático Paz, siempre ávido por saber, y capaz del timbre de los sabios: cambiar de opinión, especialmente sobre el socialismo, gracias a un hábito vital: conversar, no para confirmar lo que ya se sabe sino buscar lo que aún no se conoce; con mente abierta y apasionada por aprender.

Julio Scherer lo define bien: “Fue un conversador infatigable. Le apasionaba interrogar y ser interrogado. Y le gustaba escuchar las razones del otro. Solía puntear el diálogo con frases como ¿No cree usted? o ¿No le parece?” Dijo una vez Federico Fellini y lo suscribo: “Estoy voluptuosamente abierto a todo”. Lo pudo haber dicho Paz.

Es crucial la diferencia entre quien cree que sabe, y el que sabe que no sabe: entre pontificar para convencer, o conversar para aprender. La desgracia de demasiados intelectuales es que monologan para oírse a sí mismos y repetir sus cristalizadas creencias, catecismos e ideologías.

No así Ikram Antaki, Mario Vargas Llosa o Albert Camus, con ventaja ante gente como Sartre, Neruda, García Márquez (aún ama a Fidel) o el egomitólogo Monsiváis. Es apasionante leer cómo cambió Vargas Llosa su juicio sobre la revolución cubana entre 1962 y 1982 (Contra viento y marea, Seix Barral).

Paz se desilusionó tarde de sus ideales revolucionarios al ver el sufrimiento humano innegable, horrendo de los socialismos reales, pero tardó en aceptarlo: discrepó cuando André Gide repudió sus simpatías comunistas tras viajar a la URSS en 1936. Quizá para ese joven antifascista creyente en el socialismo y la revolución fue demasiado trago aceptar que eran vulgares engaños para enmascarar ansias totalitarias perversas.

Millones de personas perdieron su vida y existencia para evidenciar los duraderos experimentos colectivistas. Aparte de una guerra brutal, luego del nacional-socialismo sufrió media Europa el comunismo. El nazismo falleció pero inexplicablemente no el comunismo, y menos aún en Iberoamérica. Nuestros políticos, “intelectuales” y periodistas devotos del catecismo marxista suelen protestar airadamente si hay presos y asesinatos políticos, represión violenta y ataques contra la libertad de prensa… pero sólo si los perpetra su enemigo. Callan como cómplices cuando un dictador en Venezuela hace exactamente lo mismo que uno de “derecha”. Cuando Paz denunció crímenes y represión en Cuba y Nicaragua en 1984, quemaron su retrato ante la embajada de EEUU.

Cuando alguien es decente y coquetea con el socialismo (confieso mi historia universitaria) lo hace por dos básicos motivos: 1. indignación ante la marginación humana; 2. ignorancia: falta de contacto con quienes de veras han rebatido la teoría del socialismo, y con quienes lo conocen en su práctica.

Paz y pocos más tuvieron el valor civil y moral de abjurar de sus antiguos apoyos al socialismo y la revolución, pero sólo después de conocer el sufrimiento real de millones y millones. Tan horrendo costo humano podría haberse ahorrado si más gente hubiese leído lo que escribió un pensador austríaco apenas tres años después de la revolución rusa.

En 1920, Ludwig von Mises publicó el ensayo Cálculo Económico en la Comunidad Socialista, donde demostró fuera de toda duda que todo socialismo, desde sus versiones descafeinadas hasta las más rotundas de propiedad estatal y planificación central, lisa y llanamente era imposible. Todo socialismo va desde ineficiente hasta inviable, y no por lacras humanas. Ya podrían manejarlo arcángeles, que no lo operarían correctamente. Y es que donde no hay propiedad privada, libre entrada al mercado y el mejor sistema de indicadores —los precios— es imposible un cálculo económico racional. Sin éste, que es lo crucial, no puede haber empresa eficaz ni se pueden ubicar eficientemente los factores de producción. Y si economistas solventes como el socialista polaco Oskar Lange no lograron refutar su teoría, más temprano que tarde el socialismo evidenció su realidad. Su realidad real.

Donde fue conocido y atendido, ese descubrimiento aparentemente sencillo tuvo consecuencias gigantescas en la prosperidad de ciertos pueblos. No me lo enseñaron en mi keynesiana universidad y al parecer tampoco a Octavio Paz, Vargas Llosa o Antaki. No leí, de Hayek, Camino de Servidumbre. Acaso me equivoque pero nunca he visto que Paz cite a Mises, Hayek, Menger, Buchanan, Hazlitt, Rothbard, Kirzner o al gran liberal francés Frédéric Bastiat (1801-1850), pensador más profundo que el famoso Voltaire.

La tradición liberal austríaca fue casi desconocida en México, aunque Mises asesorara unas semanas al Banco de México en tiempos de su director general Luis Montes de Oca, a principios de los 40. Ayudó así a cimentar el milagro mexicano, vigente por 5 sexenios. Y salvo poquísimas personas (como Agustín Navarro o Hugo Salinas Rocha) se le olvidó.

Octavio Paz y casi todos los mexicanos sufrimos de esa laguna intelectual, que es más bien un océano. Nos gana de calle en Guatemala la Universidad Francisco Marroquín, nacida de la cultura de la libertad. Especialmente la económica: la libre acción humana. Yo apenas hasta 1986 aprendí por qué el socialismo iba forzosamente al fracaso.

Aquél optimista quizá utópico solía decepcionarse. Creyó por etapas en Vasconcelos, Stalin, Echeverría, Salinas. Admiró hasta al impostor Marcos. Ese hombre bueno, generoso y gran escuchador, ese pensador humilde en el mejor de los sentidos, quizá hubiera creído al principio en López Obrador, para haberse dado ya un nuevo frentazo.

Otra decepción que él no vivió es la democracia. En un ambiente de inclemente fraude electoral e incompetencia gubernamental nos urgía una democracia sin adjetivos pero dejamos de lado la libertad. La democracia siempre será insuficiente sin un sustrato profundo en la libertad y la ley. Y más insidioso es que en México, además del longevo y políticamente muy correcto dogma socialista y estatista, padecemos la manía de confundir intenciones con hechos: las realidades se aderezan con más intenciones bonitas, explicaciones cínicas tranquilizadoras, y acusaciones al enemigo con un arsenal de adjetivos vacíos como “derecha”, “izquierda”, “neoliberalismo”, “progresismo”. Y el que no esté conmigo es un traidor. No, no sabemos pensar.

Un hito histórico de definitiva ruptura con los brutales socialismos reales (y hasta con la siempre insuficiente idea de democracia) lo marcó en 1990 el Encuentro Vuelta La Experiencia de la Libertad, título probablemente nacido de esto que publicó Vargas Llosa en Vuelta en diciembre de 1985:

“La experiencia de la libertad, como la del amor, es más rica que las fórmulas que quieren expresarla. Al mismo tiempo que definirla es inconmensurablemente difícil, nada es más fácil que identificarla, saber cuándo está presente o ausente, si es genuina o un simulacro, si gozamos de ella o nos la han arrebatado.”

Más falta nos hace una cultura de la libertad que una necesarísima cultura de la legalidad. Lo digo porque de nada servirá una legalidad que legitime la depredación estatal o perfeccione la dictadura (la cual parece preparar el gobierno peñista).

“La lucha por la libertad” —nos dijo Vargas Llosa el mismo día que definió a México como dictadura perfecta— “es una lucha cultural. Las revoluciones profundas, las realmente duraderas, aquellas que transforman de una manera irreversible una sociedad, son las revoluciones que cambian la manera de pensar de las gentes. Y la victoria de la libertad, para ser una victoria irreversible, necesita ser una victoria apoyada en el conocimiento y en la convicción de que son las ideas de libertad las ideas más adecuadas, más apropiadas para traer la modernidad, el progreso y la justicia.”

Allí está la clave. En un universo mayormente desconocido para nuestro estatista país.

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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