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Argentina

Argentina: ¿Y si…? – por Vicente Massot

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La voltereta que ensayó Cristina Fernández respecto de SS Francisco no fue de carácter ideológico. Resultó apenas —lo cual no le quita importancia— un movimiento táctico destinado, en caso de que prosperara, a atemperar el fenomenal error de apreciación inicial del gobierno, cuando se enteró de la designación de Jorge Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI.

Ha sido tan notable como notoria la forma en que algunos de los principales difamadores del Sumo Pontífice, convencidos del paso en falso que habían dado o, en su defecto, compelidos por la Casa Rosada —que en eso no se anda con vueltas— se alinearon al discurso oficial y salieron a batirle palmas a quien, horas antes, habían criticado sin piedad.

La maniobra —porque no es otra cosa— revela dos fenómenos bien distintos: por un lado, la facilidad con la cual, entre nosotros, se pueden experimentar cambios de frente sin que nadie se inmute. Pasar, en menos de lo que canta un gallo, del odio al ditirambo del nuevo Papa fue todo uno, y el kirchnerismo no sufrió por ello impugnación alguna de parte de la gente. Por el otro lado, puso en evidencia que los reflejos del gobierno todavía funcionan.

Haberse empeñado, de puro cabeza dura, en una estrategia de agresión en contra del Sumo Pontífice —tal cual lo hizo en las primeras cuarenta y ocho horas, a partir del momento en que se conoció la noticia— hubiera sido, más que un gazapo, un verdadero suicidio. Tratándose de una mujer caprichosa, todo parecía indicar que ese sería el libreto inmodificable que sostendría la Fernández, sin importarle las consecuencias ulteriores de su actitud. Pero triunfó el realismo.

Algo o alguien le hizo ver a la presidente que era muy distinto —por mansa que fuese la sociedad argentina y mistongo que resulte su catolicismo— sindicar como enemigo a Daniel Scioli, Hugo Moyano, Héctor Magnetto o Mauricio Macri, que hacerlo con Jorge Bergoglio. Lo más seguro era que, si privilegiaba ese curso de acción, el tiro le saliese por la culata. Por eso la viuda de Kirchner retrocedió. No en razón de un cambio de ideas o una conversión en el camino de Damasco, sino por necesidad …que tiene, desde siempre, cara de hereje.

La premisa mayor del razonamiento gubernamental es que Francisco llegó para quedarse y que su Pontificado tendrá sobre nuestro país un peso significativo. De momento no importa tanto tomarle a examen a los dos términos de la mencionada premisa. Entre otras razones porque no se puede. El Papa no ha terminado de instalarse en Roma y nadie sabe cuáles serán las consecuencias de su labor apostólica. Muchos menos los efectos que, eventualmente, pueda tener en la Argentina.

Lo que adquiere una importancia significativa es el cálculo kirchnerista. Es que si, de resultas del temor que suscitó la designación de Bergoglio en sus fieles, modificase durante los próximos meses su plan electoral, habría que ver cómo lo asimilaría la parte de la ciudadanía que todavía se halla indecisa respecto del sentido de su voto en el próximo mes de octubre.

Imaginemos, sólo por un instante, que Cristina Fernández decidiese adoptar una postura caritativa, bondadosa y, al mismo tiempo, morigerase su discurso y dulcificase su carácter, en consonancia con el pedido papal de desterrar el odio. Muchos dirán: es un escenario imposible.

Nadie es capaz de mudar de carácter a esa edad y menos una mujer acostumbrada a llevarse el mundo por delante. Es difícil, sí; pero no imposible.

A medida que transcurre el tiempo y se acercan los comicios legislativos, es lógico que cunda el nerviosismo en la Casa Rosada. La última encuesta que acaba de terminar Poliarquía cayó como un balde de agua fría en Balcarce 50. Cualquiera sabe lo poco atractiva que resulta como candidata Alicia Kirchner y no se necesita ser un experto para concluir que, si el Senado está perdido y el Frente para la Victoria carece de chances en cuatro de los cinco grandes distritos del país —Mendoza, Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal—, cuanto suceda en la provincia de Buenos Aires será decisivo. Pero pocos, si acaso alguno de los operadores de la presidente y los analistas en general, imaginaban que la hermana del ex–presidente estuviera hoy cinco puntos por debajo de Francisco De Narváez: 33 a 28. Algo, pues, anda muy mal en el oficialismo.

Es en este contexto donde se inscribe la pregunta anterior: ¿y si Cristina se transformase de cara a las elecciones? En punto a lo que el kirchnerismo ha demostrado en todos estos años, descartar el curso señalado —por disparatado, o contrario a sus convicciones ideológicas, que resultase— sería un error. Tanto Néstor, en su momento, como después su mujer, han dejado en claro que a nada le hicieron ascos cuando se trató de conservar el poder. De modo tal que no debe tomarse a la ligera la alternativa de una Cristina súbitamente devenida madre espiritual de todos los argentinos, por decirlo de alguna manera.

Es cierto que, a la hora de analizar el proceso electoral, de poco o nada vale mirar la imagen y la intención de voto de ciertos referentes que, aun siendo destacadísimos, no figurarán en ninguna lista y, por lo tanto, en el cálculo del cuarto oscuro —el 28 de octubre— harán las veces de convidados de piedra. Los casos arquetípicos son los de Cristina Fernández y Mauricio Macri.

Aunque también es verdad que, en el principal de los distritos electorales de la República Argentina, la incidencia que podría tener en la campaña del Frente para la Victoria la figura de la presidente, siempre resultará importante.

Si a Alicia Kichner no le hallasen un reemplazante —y, hasta ahora, nadie mide mejor que ella en el oficialismo bonaerense— está claro que la única manera de compensar, siquiera en parte, la pobreza de la oferta electoral, sería que Cristina Fernández se pusiese la campaña al hombro y asumiese el desafío de la polarización.

En semejante escenario apelar a la sensibilidad de los indecisos, tratando de mutar de la dama de hierro a la carmelita descalza, puede que luzca una estrategia disparatada o poco creíble.

Pero, de buenas a primeras, Hebe de Bonafini descubrió la acción pastoral de Bergoglio en las villas y La Cámpora acaba de transformarse, como si tal cosa, en apologista del Papa. Entonces ¿hay algo imposible? Nunca hay que decir nunca y nunca hay que decir siempre. Al menos en términos políticos.

Fuente: Massot / Monteverde & Asociados

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Discussion

One comment for “Argentina: ¿Y si…? – por Vicente Massot”

  1. Usando a Francisco hacen que la gente se olvide del dolar blue, de los impuestos, de la falta de libertad. Pero esto no va a durar mucho ya veran. Sacaremso a esta monntonera del poder para siempre.

    Posted by Ricardo | March 27, 2013, 1:36 pm

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